Desde que soy Mamá, me había negado a tener mascotas en casa. Y no, no por pereza a limpiar, ni porque me moleste el ruido ni mucho menos por negarles una de las oportunidades más bonitas para un niño.
Realmente debo confesar que los golpes de la vida te van convirtiendo en hielo y poco a poco le vas huyendo a volver a vivir algo así otra vez.
En mi infancia tuve 2 perritos. Uno más amado que el otro, uno más lindo que el otro y una despedida más dolorosa que la otra. Ahí comencé a vivir las verdaderas tusas; esos despechos que no te permiten comer, dormir y vivir feliz por algún tiempo. Amar duele, y saber que pueden partir y que a veces parten tan de repente duele un poquito más.
Han pasado 15 años desde esa última vez que dejé entrar a mi corazón a un amor peludo, 15 años en los que veía de lejos como los demás seguían enamorándose de la forma más genuina que existe sin atreverme a cruzar esa línea otra vez.
Pero a todo no, le llega un sí. Mis hijos llevaban años pidiéndonos una mascota, y yo llevaba los mismos años aplazando ese momento. Siempre les decía que en diciembre mirábamos, que aún no estábamos preparados o incluso que yo no me sentía apta para esa responsabilidad aún. Ellos siguieron insistiendo y yo, pensándolo.
Y el día llegó, del colegio llegaron fotos de mis hijos en la granja. Valeria tenía un conejo blanco cargado y Maxi había hecho como manualidad de la semana un conejito café. ¡Estaban fascinados con ese animal peludito de cola redonda y seguro quería que fuera su mascota soñada!
Les pregunté que como se llamarían sus conejitos en el hipotético caso que llegaran a casa algún día: Maximiliano respondió “copito” y Valeria lo pensó y lo pensó hasta que lanzó con una sonrisa en la cara un hermoso “Copita”.
El hielo que vivía en mi se derritió y comencé a soñar también con Copito y Copita ¡las mascotas de este hogar!
¿Cómo llegaron nuestras mascotas a casa?
Semanas después fui al colegio y pregunté si podíamos quedarnos con dos conejitos de su granja, esos mismos que mis hijos ya conocían ¡Me dijeron que sí! Corrí con ellos al carro y compramos lazos para darles esta sorpresa que nadie se esperaba en cuanto ellos llegaran de estudiar.
Mis hijos no se lo esperaron, mi esposo se sentía nervioso y yo estaba ansiosa por ver sus caras al darse cuenta lo que había debajo de esos lazos coloridos.
La sorpresa incluía tapada de ojos y tocada de texturas, Valeria adivinó y Maxi quedó en Shock, fue tan hermoso. Aún escucho sus griticos emocionados y me convenzo que tener mascota en casa es una decisión de amor que debemos vivir todos.
Hoy sé que no puedo evitar el dolor y que incluso es necesario vivirlo porque sentir es parte de crecer. Pero si sé que los puedo acompañar, abrazar e instruir. Sé que podemos disfrutar de nuestras mascotas y dar amor en todas sus formas.
Hoy en esta casa somos 6 y eso nos hace inmensamente felices.