Cuando naces como Mamá, comienzan las preguntas a diario (y normal) de todas: ¿Cuándo va a caminar mi bebé? ¿Cuándo va a hablar? ¿Cuándo va a dejar el chupo? ¿Por qué otros bebés de su edad ya hacen ciertos cosas que mi bebé no?
Comparaciones, temores y sobre todo, culpas. La culpa que nace el día que nacen nuestros bebés, la que se nos impregna en el alma. La que nos indica que todo el tiempo queremos ser mejores mamás, queremos tener esa magia de ser mamá que es única, aunque para ellos ya somos perfectas.
Pero llega un día en que todo pasa: Caminan, comienzan a hablar enredado, luego más claro y luego perfecto. Tan perfecto que extrañas esos días en los que decía las palabras mal dichas mientras todos aplaudían de emoción.
Luego dejan el chupo, también el tetero.
Una noche se deja de pasar a tu cama y por fin duerme solo. Pero te duele, aunque lo hayas pedido desde hace algún tiempo.
Luego dejan el pañal en el día y ya no lo usan ni en la noche. Van al jardín sin llorar y hasta comen solos, eligen su ropa, y un día, ya se saben poner los zapatos.
Entonces ya no tienes las preguntas, sino las respuestas. Esas que te confirma que el tiempo pasa y pasa rápido, que todo llega y nada se queda igual, que se crecieron y son independientes, que se fueron y tu ni te diste cuenta. Que los afanes no sirven de nada y que realmente solo debemos disfrutar. Sin apurar, sin desesperar, sin comparar.
Disfrutar que nacieron de ti. Sonreír con su primer sonrisa. Saborear su primer palabra. Grabar sus primeros pasos. Oler sus hermosas babas. Abrazar esas noches en tu cama. Mirar su ropita diminuta y agradecer que estás en cada etapa.
Muchas no volveremos a sentir muchas emociones, pero estamos dispuestas a seguir creciendo con ellos. Porque cada momento a su lado, es una lotería ganada.
Esa es la magia de ser mamá, sentir cada momento tan intenso que nos deje sin aliento. Extrañar lo que fueron y esperar lo que seremos.