Las diferencias entre los niños se manifiestan claramente muy pronto después de nacer: algunos son irritables mientras que otros son más tranquilos. Algunos prestan más atención que otros, de la misma manera que algunos son más sociables.
Los psicólogos utilizan el término “temperamento” para referirse a características tales como éstas, que tienen una base predominantemente biológica y cuentan con un importante componente genético junto con influencias que remontan al período previo al nacimiento. Gracias a estudios llevados a cabo con animales y seres humanos, se están acumulando pruebas que demuestran que el estrés experimentado por las madres embarazadas, junto con las deficiencias registradas en su dieta, puede ejercer efectos tanto a corto como a largo plazo sobre el desarrollo del cerebro (Mulder y otros, 2002), lo que tiene consecuencias para las características conductuales del niño y para su desarrollo.
Existen también múltiples factores genéticos que influencian la estructura cerebral (Thompson y otros, 2001; Wright y otros, 2002) y los genes que hasta ahora han sido identificados como responsables de tal rol muestran significativas variaciones (polimorfismos) con consecuencias para el temperamento de los niños. Una cuestión particular a la cual los investigadores le están prestando atención es: cuáles son los efectos de los polimorfismos de los genes relacionados con la neurotransmisión, como en el caso de los sistemas de la dopamina y la serotonina.
Por ejemplo, se ha revelado que las variaciones en la longitud de las secuencias de repetición del gen DRD4, que codifica un tipo de receptor de dopamina en el sistema mesolímbico, están relacionadas con las diferencias en el grado de apego de los niños hacia sus cuidadores, y que también interactúan de manera compleja con las diferencias en el cuidado brindado por las madres (Gervai, 2009).
Se trata de un ámbito de investigación en desarrollo, y cada vez resulta más evidente que existen muchas diferentes interacciones de gen a gen involucradas en el origen de las diferencias temperamentales entre los niños. Con estas diferencias también interactúan de manera compleja otros factores presentes en el entorno de los niños. Por ejemplo, parece que algunos perfiles genéticos pueden ser protectores para un niño en un determinado ambiente, mientras que, en un ambiente distinto, al contrario, pueden hacer que el niño sea más vulnerable (Belsky y Pluess, 2009).
Estos factores y procesos, que interactúan de modo complejo, implican que cada niño es auténticamente único: una corroboración más del dicho según el cual “cada uno es cada uno y cada cual es cada cual” cuando se trata de ayudar a los niños a superar las adversidades y a realizar plenamente sus potencialidades.
Tomado de:
LA PRIMERA INFANCIA EN PERSPECTIVA
Serie editada por Martin Woodhead y John Oates