No sé si a ustedes les pasa, pero después de Halloween parece como si nos quitáramos los disfraces e inmediatamente comenzara a oler a natilla y a buñuelos y aparecieran por arte de magia las luces de navidad en todas partes. De hecho, terminado octubre siento que estamos en un modo de SER especial, cercano, más cálido, con ganas de reunirnos, de bailar, de comer y compartir.
El mes de noviembre realmente se ha ido convirtiendo en la extensión perfecta y muy necesaria, de la navidad, pues tanta alegría, gratitud, familia y amigos no cabe en un solo mes, el calendario por más que lo estiramos no es suficiente (además de todo lo que hay que hacer y preparar para los días especiales que se juntas con las vacaciones de los chiquis: detalles, comida, juegos…)
Este año Alejo me dice algo que me recordó lo que yo sentía a su edad con respecto a la navidad: “Mami, a mí me parece que hay que esperar mucho para que vuelva a ser navidad, es muy largo, debería haber algo parecido en junio, ¿No te parece?” Obvio que me parecía ¡Era la mejor idea del mundo si tan solo alguien nos hiciera caso!. Cuando yo era niña pensar que se acababa navidad y que debía esperar un año completo otra vez, era pedirle a mi mente que estirara mucho el tiempo, más de lo que podía, era lo que yo definía como “La eternidad” (por lo que Alejo me dijo, veo que lo que se siente es similar para todos los niños, no importa de qué generación seamos). Esperar 365 días para revolver la natilla (y reírnos al ver a papá medir fuerzas con ella en la olla), amasar y comer buñuelos (preferiblemente los de la abuela y los que quedan con un cachito salido), bailar (la colección más variada de ritmos posibles para darle gusto a todos), esconder al niño Jesús, cantar villancicos (La tía Nana hace de las suyas), hacer la novena (con el tío que confunde los gozos y se inventa uno nuevo cada año), repartir regalos y recibir y hacer visitas por 15 días seguidos (nada de acostarse a las 8:30 o 9:00 p.m, no señor, por temprano a las 10:30 p.m.), es una ilusión que no pasa de moda.
Con los hijos todo toma una dimensión distinta, la navidad se vuelve mágica, absolutamente mágica de nuevo, porque ellos te dan el mejor regalo: poder volver a vivir la ilusión, a través de sus ojos y su sonrisa.
Los últimos dos años el tenis nos ha regalado la oportunidad de pasar nuestra navidad fuera de casa, aprendiendo nuevas costumbres y compartiendo con personas que hoy ya son parte de nuestra familia extendida, la familia del corazón. Por el entrenamiento de Alejo fuera de casa, hemos hecho cosas un tanto fuera de lo normal: el año pasado rezamos las novenas con la familia a principios de Noviembre (Ya se podrán imaginar la cara de los vecinos) y armamos el árbol en la mitad de octubre. Este año no iba a ser la excepción, una navidad fuera de casa era el plan en papel para este 2017, pues ya sabíamos cómo era y bueno, a pesar de perdernos los buñuelos que son los favoritos de Alejo, los cantos de la tía Nana y la compañía de las abuelas, sabíamos que lo importante era estar los 3 juntos donde la vida nos ponga.
Una noche después de su entrenamiento, estábamos comiendo y revisando los tres el plan antes de concretarlo y ponerlo en marcha y nos dice: “Papi y Ma, me parece todo muy bueno, pero quiero que este año hagamos algo diferente, armemos el viaje a entrenar, pero pasemos en la casa la navidad. Quiero hacer las novenas, ir a la casa de mis tíos y mis abuelos, quiero que estemos todos juntos con música y comida, es que no se si puede ser el último año de alguno y la navidad en Colombia es muy buena. Pa, te propongo viajar antes a entrenar y llegar a la casa justo para las novenas (les prometo que le gustan más que el mismo 24)”. La respuesta de papá fue clara e inmediata: “Claro hijo si es importante para ti, así lo haremos” y así lo estamos haciendo. De esta historia tan simple que nace del día a día familiar, es muy bonito ver cómo la navidad tiene un magnetismo especial que desde pequeños nos enseña el mágico poder de estar en familia sin importar como sea y que hagamos, solo compartir es suficiente. ¡Wow! Ni el tenis, ni su mayor pasión, le gana a la navidad en familia y créanme que eso en el caso de Alejo son palabras mayores.
Para serles sincera creo firmemente en el poder de los buñuelos de mi abuela y sé que tuvieron que ver con la decisión de Alejo (jajajaajaj). Ya en serio, me alegra profundamente saber que disfruta de nuestras navidades, que son tan sencillas, tanto como yo lo hacía de niña y que valora y añora a cada miembro de nuestra pequeña familia y el papel que cada uno juega en nuestras celebraciones, pues cada uno es pieza fundamental en su idea mágica de la navidad.
Escrito por María Paulina Zapata
Mamá de Alejo Arcila, tenista.
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