Protectora, un tris temerosa, un tanto controladora, muy abrazadora, amorosa sin límites y definitivamente apegada. Todo esto (y mucho más espero), he sido durante estos 10 años como mamá de Alejo. He sido lo que muchos conocen como la típica mamá gansa. De hecho, así me dicen quienes me conocen y saben cómo me comporto con Alejo.
La verdad, no estoy particularmente orgullosa de este comportamiento porque soy consciente de la importancia que tiene para cada niño escribir su historia, aprender de sus errores y aciertos, y sobre todo, lo valioso que es encontrar y expresar su propia voz en el mundo. Sin embargo, aunque lo de mamá gansa es muy natural en mí y a veces ni me doy cuenta cuando estoy en “modo gansa”, la vida tiene sus maneras misteriosas de equilibrarse y crear por sí misma las oportunidades que necesitamos para desaprender y cambiar, y como cosa rara nuestra oportunidad vino a través del deporte.
En la historia de hoy, voy a contarles cómo este año Alejo ha vivido dos experiencias maravillosas para él, que al principio fueron aterradoras para mi, dado mi historial como mamá gansa, pero que finalmente nos han ayudado a los 2 a transformarnos lentamente hacia mejores seres humanos.
La primera fue el torneo nacional interligas. Todos los niños que juegan tenis sueñan con ponerse la camiseta de su departamento y representarlo muy bien en este torneo. Hasta ahí súper chévere para todos. Pero… Esto implicaba que Alejo debía concentrarse con su equipo en una finca durante una semana. Concentrarse, significa algo aterrador para cualquier mamá gansa: los niños están con sus compañeros y entrenadores sin la distractora presencia de los padres para enfocarse en su objetivo. Ellos pasan felices, comparten con sus compañeros, son responsables de sus cosas, cumplen de forma independiente con los horarios, comen lo que les sirven, ordenan su cuarto, empacan y preparan solos lo que necesitan para cada día de competencias. Y mientras esa magia ocurre (porque la verdad es mágico, todo sale bien), yo, la mamá gansa, me enfrenté a una realidad innegable: El está listo para afrontar cualquier reto propio para su edad, porque tiene las herramientas para hacerlo. Cada vez que usa sus herramientas se da cuenta lo bien que se siente ser autónomo y tomar sus decisiones, qué bien se siente simplemente sentirse capaz de resolver los retos cotidianos (grandes y pequeños).
Lo confieso en las noches yo tenía la tentación de llamarlo unas cinco veces para asegurarme si había comido, se había lavado los dientes, había empacado y si estaba bien: Con todo mi esfuerzo y entendiendo su experiencia (lo menos que quería era pasársela hablando con la mamá) me controlaba. Al día siguiente como por arte de magia, Alejo llegaba a competir, con todo resuelto y lo más importante feliz.
¿Aprendizajes de esta experiencia? Muchos para ambos. Aquí les dejo el sorprendente balance:
Alejo | Yo |
Autonomía aplicada en la vida real. | Orgullo de verlo crecer y resolver sus retos diarios. |
Comió súper bien, todo era rico. | Solté, delegué en él y en sus entrenadores muchas responsabilidades. |
Siempre llevó todo lo que necesitaba para las competencias, !Todo! | Disfruté como espectadora, sin estrés y afanes. |
Se acostó a la hora que era, durmió bien y se levantó a tiempo. | Sentí “ la satisfacción del deber cumplido”, aún falta mucho por acompañarlo y aprender, pero vamos por buen camino. |
Se integró de acuerdo a su personalidad con sus compañer@s de todas las edades. | Lo extrañé mucho. |
Coordinó las actividades con sus compañeros de cuarto | Me hice unas 10 películas diferentes de lo podía estar pasando en la concentración. |
Se dio cuenta que es capaz de todo . | Me di cuenta que el va más rápido en su transformación que yo |
Este balance es positivo para los dos, más aún para El que es quien está escribiendo su historia y quien tiene más potencial para aprender. Para mi, la cosa es más lenta, y si bien tuve lecciones importantes, aún me falta comprender que parte importante de acompañarlo, es dejarlo ser y hacer, por si mismo.
Cómo claramente no aprendemos a la primera, la vida me dió otro mensaje: “Querida Pauli, soy la vida, es hora que Alejo se pruebe lo que ha crecido, es hora de que escondas las alas de gansa de verdad y lo sueltes un poquito más.” Este mensaje me llegó pues Alejo en este preciso instante está en Bolivia con su equipo representando a Colombia, una de las más grandes alegrías que él ha sentido (sino la más) en sus 10 años de vida. Esta vez quien lo acompaña de lejitos es papá (no crean que estamos listos como familia para dejarlo del todo), de nuevo está concentrado, a cargo del capitán y compartiendo con sus 2 compañeros de equipo, que también están en este camino de crecer a través del deporte .
No puedo quedarme sin contarles algo al margen del tema central de esta historia, pero es que es un punto realmente relevante y bonito: estos dos niños, con los que Alejo ahora comparte esta experiencia de equipo en un deporte individual, durante todo el año han sido sus rivales, lo han retado, lo han sacudido, lo han hecho mejor jugador sin duda, porque para jugar con ambos, Alejo ha tenido que dar el 100% en cada partido sin excepción. Esto ha sido lección tras lección: quien te ayuda a ser mejor, es una buena persona para tu vida y hay que agradecer por su presencia, no importa si es rival o compañero, en este caso ambas.
Hoy puedo decirles que estoy escribiendo en mi tiempo libre , mientras Alejo juega contra Argentina representando a Colombia por primera vez en su vida, rezando para que les vaya muy bien, para que sea una experiencia inolvidable, para que se fortalezca como ser humano y a la expectativa de mis propios cambios que me lleven a respetar su proceso y a dejarlo ser… Amanecerá y veremos si esta mamá gansa puede ser simplemente mamá…
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Escrito por María Paulina Zapata
Mamá de Alejo Arcila, tenista.
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